Si bien es casi generalizado el consenso en relación al impacto positivo para el medioambiente de las iniciativas de reciclaje o reutilización, hay objetos de uso cotidiano que, por cuestiones de higiene y riesgo tóxico, conviene no volver a usar una vez cumplido su primer ciclo.
Los colchones
Del mismo modo que no reutilizaríamos un cepillo de dientes de otra persona por obvios motivos de higiene, deberíamos tener los mismos
reparos con los colchones y almohadas, ya que contienen gérmenes, ácaros y demás fauna microscópica.
Nuestro nido de sueños puede también ser refugio de microbios que no conviene trasladar a otros.
Como los colchones no pueden limpiarse, van acumulando el sudor y otros residuos corporales. Para extender su vida útil y mantenerlo en buen estado, se recomienda colocar un forro lavable.
Accesorios para bebés.
Si bien el reciclado de estos elementos puede tener causas emotivas o económicas, reciclar accesorios infantiles usados puede ser riesgoso para la salud del bebé.
Hay accesorios de primera necesidad que es preferible comprar nuevos para evitar problemas: en el caso de carritos, o de las sillas para comer o para viajar en el auto es importantísimo chequear que cumplan con las normativas de seguridad vigentes, que suelen cambiar a medida que se descubren nuevos dispositivos. Si decidimos adquirir un producto tendremos que chequear que no falten piezas fundamentales.
El mejor eco-consejo es comprar lo realmente necesario.
Productos cosméticos
Aunque pensemos en regalarlos para que jueguen nuestras hijas o sobrinas, los cosméticos que ya no usamos pueden provocar reacciones adversas. Por más antipático que parezca, un lápiz labial en desuso puede ser fuente de contagio de infecciones y enfermedades como el herpes labial.
Hay que extremar los cuidados prácticamente con todos ellos. Labiales, maquillajes o sombras, rimmel, lápices o hasta las mismas brochas y demás utensilios aplicadores. Los cosméticos de probadores de tiendas son verdaderos acumuladores de gérmenes no deseados.
En concreto, la contaminación bacteriana comienza a observarse en los cosméticos precintados a los 36 meses.